LA PROMESA DE UNA NUEVA VIDA FERROVIARIA
La estación de Canfranc (España), situada al borde de los Pirineos aragoneses, fue inaugurada en 1928 por Alfonso XIII. Que figurara por entonces como la segunda más grande de Europa da pistas de la vocación de prestigio e influencia con la que fue concebida. La línea férrea fue planeada como la puerta grande entre Europa y España, lo que prometía, y así fue durante algunas épocas, el tránsito de mercancías, la emancipación de los artistas, el flujo de nuevos gustos estéticos e intelectuales y una mayor velocidad en las comunicaciones.
El edificio, con su fachada acristalada y un gusto novecentista que recuerda a la arquitectura francesa palaciega de la época, lucía 241 metros de largo, 12 de ancho, 75 puertas en cada lado y 365 ventanas (una por cada día del año). Un sofisticado escaparate de España para los viajeros extranjeros que allí se apeaban.
Su carácter internacional obligó a instalar dos playas de vías, ya que las traviesas españolas tenían un ancho ferroviario diferente y los viajeros debían cambiar de tren si querían seguir su camino al país fronterizo. Así, la estación contaba con doble de todo, andenes, taquillas, comisarías, aduanas… y un precioso vestíbulo en el interior de la estación para realizar los transbordos.