Poca gente sabe que el distrito de Chorrillos, uno de los 43 que forman la provincia peruana de Lima, debe su nombre a las corrientes subterráneas de agua dulce que fluyen desde los acantilados hacia la playa de Agua Dulce, una de las más emblemáticas del área metropolitana. Tampoco es muy conocido que el virrey Conde de Lemos, a su llegada al Nuevo Mundo, hizo de esta zona su destino favorito en 1679 precisamente por la insuperable calidad de sus aguas.
Con semejante historia que se remonta siglos atrás, este pedazo de paraíso terrenal merecía una recuperación integral después de haber sufrido durante décadas los sinsabores de la expansión poblacional. Los cientos de miles de personas que han elegido -o les ha tocado en suerte- el sur de Lima como su hogar han vivido las dos caras de la moneda: habitar una zona única en el mundo, a las puertas del inmenso Océano Pacífico pero con un significativo problema de tratamiento de aguas residuales.
Hasta ahora, la inexistencia de un sistema de depuración obligaba a desembocar en el mar todos los residuos sin más filtro que una simple reja. Una reja que impedía el paso de los objetos más grandes pero que poco a poco iba envenenando el agua de la costa de Lima, otrora un tesoro suspirado desde el otro rincón del mundo. No es necesario dar cuenta de los problemas derivados de esta falta de tratamiento adecuado: estragos en la fauna y la flora, destrucción de la pesca, el ocio y el turismo, y por consiguiente de la economía, problemas de salud -digestivos y cutáneos-…
Sin embargo, 2016 es el año en el que todo cambiará gracias a un ambicioso plan. Una impresionante obra que devolverá a Perú parte de su patrimonio natural gracias a la Estación Depuradora de Aguas Residuales de La Chira. El proyecto, que ha sido diseñado y construido por ACCIONA en colaboración con la compañía peruana Graña y Montero, supone una radical mejora de la calidad de vida en Lima.
La EDAR de La Chira, de cuyo mantenimiento y operación se encargará ACCIONA durante 25 años, ha sido proyectada para dar servicio a dos millones y medio de usuarios, o lo que es lo mismo, tratará las aguas residuales de aproximadamente el 25% de habitantes de la capital peruana. Contará con una capacidad media de tratamiento de 6,3 m3 por segundo, si bien puede aumentar su rendimiento hasta casi doblarlo con 11,3 m3 por segundo.
El agua, una vez tratada dentro de la estación depuradora, está preparada para volver al mar limpia, desinfectada, lista para reencontrarse con el entorno natural. Para ello, se ha construido un emisario submarino de 3.650 metros de longitud que fue instalado bajo las aguas del Pacífico en varias fases de impresionantes maniobras y gracias a la pericia de unos operarios que tuvieron que hacer frente a olas que en ocasiones superaban los siete metros de altura. Contra estas y otras adversidades, los múltiples tramos fueron situados en su lugar con la ayuda de cuatro retroexcavadoras, un barco remolcador, un cargador frontal, diez embarcaciones y más de cien buzos. No es para menos: esta estructura pesa 6.100 toneladas –lo mismo que 37 aviones Boeing 747- y tiene un diámetro de 2,61 metros. Ahora, el emisario descansa sobre el lecho marino a una profundidad máxima de 58 metros.
En la superficie, las labores de acondicionamiento de la zona y el impacto social cobraron la misma importancia que la construcción de la planta y el emisario. La recuperación de la maltratada zona costera es una prioridad y por eso se ha procedido a la plantación de 2.500 metros cuadrados de césped y 360 árboles, plantas y arbustos.
Por otro lado, la mano de obra no cualificada proviene en su totalidad del área de influencia del proyecto y se ha mantenido una estrecha colaboración con las comunidades locales, poniendo en marcha talleres de nociones básicas de construcción, de creación de micro-empresas para mujeres, campañas puntuales de recogida de alimentos en fechas señaladas y otra serie de iniciativas ideadas para compensar las inevitables incomodidades derivadas de una obra de esta magnitud.
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