La comarca aragonesa de Ribagorza (España), escondida entre los pliegues montañosos de los Pirineos, custodia caudalosos ríos que se revuelven entre saltos y gargantas. La fuerza de sus corrientes es inigualable para producir energía hidroeléctrica.
El río Ésera es uno de esos cauces poderosos. Corría el año 1912 cuando la empresa Catalana de Gas y Electricidad se fijó en él para abastecer de energía a fábricas textiles cercanas a Barcelona y, para ello, se embarcó en el épico proyecto de levantar la Central Hidroeléctrica de Seira, próxima al mismo pueblo del que toma su nombre.
La implantación de esta central fue un hito para la comarca hasta entonces incomunicada por transporte: atrajo a tantos trabajadores que dio vida a toda una colonia industrial de alta montaña con su biblioteca, su iglesia, su escuela, sus albergues y, de paso, todas las autoridades sociales y políticas propias de cualquier aldea española.
También fue un hito para España, ya que la central hidroeléctrica es una obra de ingeniería sin precedentes para la época. Se vio envuelta en penosas complicaciones a causa de la Primera Guerra Mundial y de las condiciones orográficas y climatológicas de la zona. En 1918, por fin comenzó a funcionar, produciendo energía limpia de un agua que devolvía intacta para continuar su viaje en busca del amparo del Ebro.
Cien años después, esta maravilla, perfectamente conservada y desconocida para muchos, sigue generando electricidad. Operada por ACCIONA desde 2009, lo hace de forma segura, fiable, eficiente y sostenible, conectada al sistema eléctrico general. Salvo alguna parada esporádica, nunca ha dejado de funcionar. La instalación de Seira fue concebida para desafiar al tiempo. Es más que una central hidroeléctrica. Es un legado.